Por Suzuky Margarita Gómez Castillo
A pesar de que la mayoría de los países apliquen los acuerdos
establecidos en la CEDAW, en la plataforma de Beijing, son muchos los factores que evidencian como la pobreza incide en
mayor medida a las mujeres. Estos factores están interrelacionados con la
discriminación y la desigualdad que afecta a las féminas, en relación a la
educación, los recursos productivos y el control de los bienes, así como la
vulneración de sus derechos tanto por la sociedad como en el seno familiar.
Al reflexionar sobre el índice de desarrollo humano y la
posición de las mujeres se puede observar según Vilches, Gil, Toscano, y Macías
(2009):
…la
excesiva mortalidad y tasas de supervivencia “artificialmente” más bajas de las
mujeres en muchas partes del mundo, como un descarnado aspecto muy visible de
la desigualdad sexual, con datos inquietantes de infanticidio femenino,
despreocupación por la salud y la nutrición de las mujeres, en especial durante
la niñez, etc… (p. 2)
En este sentido, todas estas desigualdades por razones de
género, tienen su origen en los prejuicios culturales que apuntala la sociedad.
Esto también se presenta en la educación.
En Venezuela se ha logrado una mayor incorporación de las mujeres en el
sistema educativo formal y con ello han ingresado al mercado laboral, estas han
sido colocadas, según Duarte (2015), “…en áreas de menores niveles de
productividad y remuneración…” (p. 4). La brecha de género se mantiene: las
mujeres que han completado la educación básica ganan 30% menos que los hombres
en el mismo nivel, sin embargo, esta discrepancia disminuye cuando se cuenta
con estudios universitarios. Esto coloca en evidencia que la certificación
educativa aminora la inequidad de género en la justa retribución, a pesar que
la brecha se visibiliza más cuando hay menor escolaridad.
Expone Castillo entrevistada por Duarte (op. cit.) que para explicar la minusvalía o discriminación es
necesario aplicar la variable sexo en los indicadores, observándose desde su
experiencia como ejemplo en el ámbito profesional, la posición social de las
mujeres en el ámbito gerencial donde las mismas se enfrentan al fenómeno
denominado “techo de cristal”. Castillo también acota:
Solo
7% de las empresas tienen una junta con más de tres mujeres miembros, según el
trabajo “Mujeres Gerentes en la Venezuela de hoy” publicado por el Instituto de
Estudios Superiores de Administración, IESA. La proporción de mujeres en las
juntas directivas de empresas nacionales se vislumbra en los cargos suplentes. (p. 1).
Lo expresado, muestra que no existe
un liderazgo real y significativo entre las mujeres y por lo tanto, se carece
de empoderamiento y autonomía económica. Otra diferencia fundamental y que
apuntala la idea de que las mujeres sufren la pobreza con más desventajas, se demuestra cuando a
diferencia de los hombres, la mujer carga con la ética feminista del cuidado
familiar y los trabajos comunitarios, aparte de realizar labores remuneradas,
lo que la lleva a tener doble o triple jornada de trabajo, situación que
menoscaba su calidad de vida.
Referencias:
Duarte, M. (2015). La discriminación de género se encuentra
disimulada en Venezuela. En: periódico La
Razón [Página web en línea] Disponible en: http://www.larazon.net
/2015/05/28/la-discriminacion-de-genero-se-encuentra-disimulada-en-venezuela/
[Consulta:
2016, Febrero 21]
Vílchez, A.,
Gil, D., Toscano, J. y Macías, O. (2009). Igualdad de género. En: Organización de Estados Iberoamericanos
[Artículo en línea] Disponible en http://www.oei.es/decada/accion02.htm [Consulta: 2014,
Abril 21]
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