domingo, 29 de enero de 2017

NATURALIZACIÓN DE LA VIOLENCIA CONTRA LA MUJER

Por Suzuky Margarita Gómez C. 

En la sociedad patriarcal, se  asume  que los hombres  son superiores a las mujeres  como un hecho sustentado por  la naturaleza, de  lo que  a su vez se desglosa que es el hombre  la medida  de todas  las cosas, se sitúa entonces al hombre  como el modelo o patrón del ser humano, lo que  conlleva a que a la sociedad junto a  sus instituciones den respuesta a  sus necesidades  específicas, asumiéndolas  como generales.

En este  mismo tenor, se han generado una  sucesión  de leyendas y estereotipos que intentan argumentar el “porqué” de la inferioridad femenina, atribuyéndole  a la mujer particulares negativas  que  a su  vez pretenden estar vinculadas  a su naturaleza, constituyendo  así un sistema de creencias  que determina relaciones anómalas entre hombres y mujeres en los diversos  contextos de la sociedad, involucrando  en ello las  relaciones interpersonales. Como garantes en la permanencia de este sistema, se hallan conjugados  el Estado, las instituciones religiosas, la familia, las instituciones educativas junto  a los medios de información y comunicación, los  cuales reproducen, confirman y procuran  su cumplimiento desde sus  diferentes ámbitos de  acción. De cara a estos  constructos  sociales donde  los  roles tradicionales entre hombres y mujeres se reafirman armonizando con los roles modernos, se puede expresar en sintonía con Bordieud (2005) como “…las  leyes, las  representaciones, la moral, la psicología, los  roles relativos a la sexualidad, todos convergen para asegurar la supremacía viril y la subordinación femenina…” (p. 22).
Los sistemas  legales por muchos años justificaron la inferioridad de la mujer, invalidándola jurídicamente. La mujer no era reflexionada como persona  natural, es  decir, no tenía existencia  jurídica, por  lo que estaba sujeta  a la tutela, y eran encargadas a los miembros masculinos de su núcleo familiar. Esta privación legal era indisoluble  durante  toda su  vida, ya  que nada tenía  que ver  con su  edad, intelecto o  capacidad  de comprender, todo  esto tenía  su base en el hecho de haber  nacido  mujer. Es  este  uno de los factores que  le atribuye  al hombre el derecho de la violencia contra las mujeres como estrategia disciplinaria y para enmendar el mal  comportamiento de las  féminas en el ambiente privado. En la actualidad el emplear la violencia  como medida de corrección a la mujer  es  ilegítimo, desde la normativa  legal vigente, la  violencia  en cualquiera de sus  formas  está tipificada  como un delito, pero  contradictoriamente continua una legal  desde lo social y lo cultural.
Presentándose así, múltiples  argumentos  culturales  en relación a la  violencia contra  las  mujeres, cuyas  líneas de acción apunta a culpabilizar a las víctimas, a justificar la violencia o restarle responsabilidad al atacante y  así contribuir a que la víctima  no salga de esa situación. Entre los  argumentos  se subrayan los siguientes, sobre la base de la teoría de Luján (2013):

El primer aspecto a evaluar,  con referencia a las mujeres que  no abandonan  el círculo de violencia es ser categorizadas como masoquistas, estar enfermas o presumir que les  gusta  vivir  así: son muchos los factores que hacen juego en esta situación, desde la dependencia económica, la carencia de herramientas sicológicas para abandonar al agresor, tal como refiere Lujan (op. cit.) “La víctima suele desarrollar dependencia emocional respecto del agresor y, frecuentemente suele albergar temores de que las cosas podrían ir aún peor si lo denunciaran…” (p. 73).

Muchas mujeres asumen que perderán a sus hijos, sus bienes materiales que necesitan para subsistir y en otros casos el temor a las sanciones familiares y sociales.
En segundo lugar, se acusa a las  mujeres maltratadas  en múltiples ocasiones  de provocar a su atacante: esto puede considerarse una falacia, ninguna mujer está preparada para ser “objeto” de un violento. Luján (op. cit.) acota “la mujer agredida calla por la vergüenza que genera ser una mujer maltratada” (p. 75). Cuando las féminas  son agredidas por lo regular entre en estado shock y esto les impide denunciar al agresor. Otra reacción de las mujeres puede ser sentirse avergonzadas por no saber llevar una relación, cargándose también de mucha culpa. Estos procesos colocan a las víctimas en alto riesgo, piensan que solas pueden cambiar la situación y esto se sostiene hasta una nueva arremetida del agresor. 
Un tercer aspecto a considerar, en la búsqueda del origen de la violencia, es atribuirla a las  enfermedades mentales: esta afirmación es cuestionable puesto que la mayoría de los agresores están clínicamente sanos, no obstante Luján (op. cit.) expresa:

Sólo entre un 10 y un 20% de los casos de violencia contra la mujer o violencia familiar son causados por personas con trastornos psiquiátricos o de la personalidad. Entre ellos se destacan individuos “con escasa ansiedad, nula capacidad para ponerse en el lugar del otro (empatía) y pocos o ningún remordimiento, cumplen algunas de las características de los llamados psicópatas. (p. 78).
    
Regularmente los agresores sufren de celos, inseguridad personal, carecen de autocontrol. Por otra parte, su cosmovisión es errónea, son machistas, otros misóginos y representan todas las cualidades oscuras del patriarcado.
Un cuarto argumento a discutir está referido al abuso sexual. El cual se ha considerado  un juego tácito, cuando ella lo desea dice “no”, pero lo que  realmente  está  diciendo es  un “si” (argumento frecuente en los  casos de  abuso  sexual). Pensar que una mujer que sufre de maltrato, lo disfruta es un error. Afirmarlo es colocar la responsabilidad de la agresión en la víctima. Luján (op. cit.) destaca en este aspecto “Resulta muy sencillo en verdad pensar que una mujer disfruta del maltrato. Más complicado es aceptar su derecho a ocupar un lugar de igualdad con el varón en la sociedad…” (p. 80). Ninguna mujer puede sentir placer explícito o sobreentendido, bajo condiciones de maltrato (con la excepción de la respuesta biológica que pudiera resultar del estímulo sexual), son muchas las mujeres que aceptan esta situación bajo condiciones de coacción, perdida del autovalor, carencias afectivas entre otras razones que no le permiten abandonar al agresor.
Asimismo, se pueden encontrar patrones de comportamiento implícito  en el entorno social que norman las  relaciones  interpersonales, entre ellos  se destacan: a) es obligación de la mujer seguir  al marido  donde  este decida ir; b) el hombre es de la calle y la mujer  de  su  casa; c) es el padre  quien sostiene  el hogar; d) los  problemas de pareja  son de  dos y los terceros  sobran; e) la ropa  sucia se  lava  en  casa. En este orden de ideas Parra (2012) señala:

La cultura [patriarcal] nos  obliga a comportarnos  de determinada manera de acuerdo a nuestro  sexo, nos  atribuye roles, y nos  impone valoraciones, significaciones y representaciones independientes de nuestra  voluntad, a  este  proceso se  le  denomina sistema  sexo-género. Nuestra cultura impone estereotipos  que asocian la masculinidad con la  violencia, la entereza y con la racionalidad y la feminidad con la  debilidad, la seducción y la ineficiencia, como dice el texto de  Marcela Lagarde: las mujeres son especializadas y valoradas como cuerpo para  otros. (p. 141).

Al imputar a lo femenino particularidades que  van dirigidas  a la  pasividad, a la subordinación, la indefensión y con ello la propensión a  ser atacadas, junto al miedo a enfrentar la fuerza física, es la contribución que la  sociedad realiza al crear mujeres victimizadas por la causa de ser  mujer, incluyendo aquellas que no son atacas, ni han  estado  sujetas a hechos  de violencia. En concordancia con Cano y Yacovino (2014), existen dos representaciones  sociales de la mujer  víctima o en situación de violencia; la “buena víctima de violencia” (p. s/n). Es una mujer que permite  ser rescatada, y que obedece resignadamente, “Muchas veces, en su cuerpo lleva las marcas de la violencia” (ibíd.) […] La mala víctima de violencia es la que se resiste, que no desea ser salvada, “duda de todo lo que se dice, y no decide qué hacer.”(Ídem). En ocasiones es tratada bajo el estigma de “se  lo busca” (Id.). Las  ubicadas en esta representación corren el riesgo de  ser  calificadas  como consentidoras  o provocadoras.
En ambos  casos estas  representaciones  distorsivas ocultan  la culpabilización a priori de las mujeres: unas  por  no saber protegerse y las otras por causar conductas agresivas. Esto trae  como resultado que la sociedad  frente  al hecho violento haga hincapié en la conducta de la víctima  por  encima  de la conducta del agresor. Otra circunstancia  digna  a mencionar es  que si el perfil  del agresor no coincide con el estereotipo social de  lo que se espera sea  un agresor, las declaraciones de la víctima pudieran perder credibilidad, ocasionando actitudes de silencio y promoviendo acciones negativas, tal  como no denunciar.

Referencias:

Bordieud, P. (2005). La dominación masculina. Editorial Anagrama.
Cano, J. y Yacovino, M. (2014). Representaciones distorsivas sobre la mujer víctima en situación de violencia. En: De (s) generando el género. [Página en línea] Disponible en: http://desgenerandoelgenero.blogspot.com/2014/03/representaciones-distorsivas-sobre-la.html  [Consulta: 2014, Junio 21]
Luján, M. (2013). Violencia contra las mujeres y alguien más. Valencia: Universidad de Valencia. [Informe en línea] Disponible en: http://roderic.uv.es/bitstream/handle/ 10550/29006/Tesis%20completa.pdf?sequence=1 [Consulta: 2016, Julio 1]

Parra, D. (2012). Retos del Estado frente al marco de  la Ley Orgánica Sobre  el Derecho de la Mujer  a una Vida Libre de Violencia. En: I era Jornada Nacional en Materia de Defensa Integral para  la Mujer, Ministerio Público.

No hay comentarios: