martes, 21 de agosto de 2007

DESDE EL INFIERNO.

Por: Prof. MINEIDA SUAREZ
Universidad Pedagógica Experiemental Libertador
Pedagógico de Miranda "Jose Manuel Siso Martínez"
Instituto Nacional de Cooperación Eduativa (INCE)


El sueño está tan distante de la realidad, la soledad alimenta mi cuerpo, ya no necesito el oxigeno que los mortales creen necesario para vivir, ya no necesito la luz del sol extraño, solitario e inexplicable. Ya no necesito la fe, ni la esperanza. Desde que padezco en este lugar sólo necesito la magia del olvido, y las formas de lo invisible. De lo sublime del mundo sólo recuerdo la inmensidad del mar y del cielo, supongo que no existe allá arriba algo más que merezca ser recordado.

Llegué a este lugar un mes de enero, no se cuanto tiempo ha pasado desde entonces porque aquí el tiempo es eterno y sólo existen tinieblas, no hay soles que contar. El final de mi paso en la tierra comenzó un invierno muy duro en él que el frío se enterraba en los huesos por lo que las cobijas no servían para protegerse, se que entonces realice un nuevo viaje, me gustaba hacerlo continuamente con la excusa de conocer lugares, lo que en realidad era una excusa para de huir de mi misma, lo que no entendía en aquel entonces era que yo siempre sería mi compañía por lo que independientemente del destino seleccionado siempre el motivo de mi terror me acompañaba. En aquel destino desgraciado me encontré con un demonio superior a mi, un ser sobrenatural con un nombre espantoso que de sólo nombrarlo sacude mis terrores y miedos más profundos, entonces él decidió acompañarme, sin que yo pudiese negarme pues con su poder había embrujado mi mente; fueron muchos días los que viví a su lado, durante los cuales lloré mucho pero no se el motivo, aquel espanto me producía la paz nunca experimentada mientras atormentaba mi mente y torturaba mi cuerpo con maldad y delirios enfermos. Yo saciaba mi sed con las lágrimas de su amargura, yo caminaba en la oscuridad con la luz que producía el fuego de sus ojos, yo le escribía versos con las sangre que el sacaba de mis venas y colocaba en el tintero, aquellas frases tristes me las dictaba la miseria en la que me mantuvo. Cuando se cansó de mi lírica me envió en un tren de regreso a casa, no se cuánto tiempo había transcurrido entre mi ida y mi vuelta, pero debió haber sido mucho, pues encontré mi hogar vacío, mis rosas se habían secado, el ave que con tiernos cantos despertaba mis mañanas había abandonado su jaula, mi madre había muerto seguramente pensando en mi y el gato amarillo que había yo criado después de salvarlo de unos perros salvajes que querían matarle se había mudado a otra casa escapando de mi abandono, se que lo vi una vez después de mi regreso asomado en la ventana de su nueva casa, lo llamé pero solo me infirió una mirada de piedad. Comencé a caminar sin rumbo, a recorrer sin cesar las calles del alcohol, buscando en ellas la salida a tanto dolor, aprendí a fumar y el humo me producía un placer exquisito, pues sabía que por cada varilla que consumía mis pulmones se llenaban de químicos nocivos, que con suerte me llevarían a la muerte en poco tiempo; sin embargo, la vida nunca fue más cínica conmigo ya que cada vez era más sana, los problemas respiratorios que siempre me habían caracterizado desaparecieron y nunca me sentí mejor físicamente.

Me uní a un grupo de amistades a las que siempre encontraba al momento de beber, su compañía era cruda y cruel pero gustaba de ella porque tenía el poder de espantar los espantos de mi soledad. Me entregué por completo a los delirios de la buena música y de la vida alegre hasta el punto de considerarme un ave nocturna, el sexo no me lo permitía, no por no desearlo sino por la mezquindad de no darle nada de mi cuerpo a otros cuerpos y hoy comprendo que en realidad ya no tenía cuerpo porque el demonio lo había destruido en terribles noches de pasión solitaria a mi lado, en terribles noches que yo le pedía para disfrutar de sus torturas y desprecios.

En aquellas condiciones me volví una mujer malvada, sin sentimientos, no me importaba lo que sucedía a mi alrededor, yo que desde niña era de lágrima suelta, que cuando hablaba y me emocionaba lloraba, que cuando me ponía frente a las formas más profundas de la belleza lloraba, me había convertido en una roca, y es que estaba tan distraída, tan hundida en mi, que no notaba lo que sucedía en mi entorno. Quienes me contaban sus cosas jamás notaron que me fastidiaban con sus problemas porque me parecían mezquinos, irreales, absurdos y eran tan ajenos a mi dolor. ¡OH Dios cuantos habrán necesitado una palabra de afecto y se las negué por aferrarme a la vanidad de mis tristezas!

Mucho tiempo duré esperando al demonio, con la esperanza de verle y reclamarle por todo lo que me había hecho perder, por mi madre, por mi casa y por mi gato, que eran las únicas cosas que yo tenía en ese mundo y con las cuales había sido feliz, sin embargo, a veces pienso que mi espera no obedecía al odio sino al amor, al terrible deseo de verle para seguir postrada a sus pies. Así pasaron varios años, pero como no llegó ni dio señales de su regreso opte por resignarme a no verle nunca más y entendí que debía iniciar una nueva vida, lamentablemente el alcohol y la nicotina eran parte de la que ya llevaba y no podía deshacerme de ambos porque al no tenerlos entraba en una crisis terribles que me saturaba las venas de deseos y a la final los volvía a comprar y me entregaba a ellos con la pasión más desenfrenada con la que nunca me entregué a nada en el mundo de los mortales. El poco dinero que percibía como maestra de escuela se convertía en agua entre mis dedos. Siempre respeté a los 34 niños de mi salón nunca llegué bajo los efectos del vicio, siempre fui pulcra y entregada a mi labor, con la esperanza de que ellos serían felices por la paga que merecían de la vida por hacerme feliz a mí algunas horas al día, cuando salía de la escuela nuevamente recorría las calles hasta encontrar lo que fue durante mucho tiempo el motivo de mi vivir.

Una mañana frente al espejo descubrí que me estaba envejeciendo y no porque mi cuerpo presentara síntomas de desgaste, sino porque solos los viejos tienen los achaques y las ideas que yo poseía entonces, me descubrí sola a mi misma, más de lo que sabía estarlo, en la espera del demonio se habían ido mis años y en el aferramiento al recuerdo del pasado no fui capaz de construirme nuevos recuerdos más duraderos y menos tristes. No había sido él quien había destruido mi vida, había sido yo misma mi propio demonio, por que a la final es cierto aquello que los demonios son la expresión de nuestro propio mal, ya era tarde para pensar en un hijo que me acompañara y para soñar alcanzar cosas que ameritaran mucho tiempo, porque el mío ya estaba medido en sílabas métricas exactas y lúgubres.

Una tarde en que el hastío me ahogaba me tomé el contenido de una botella en compañía de unos amigos, al despedirnos crucé una calle, no recuerdo por más esfuerzo mental que hago exactamente lo que sucedió pero un dolor desgarró mi cintura y quedé debajo de dos ruedas gigantes, no tuve ningún pensamiento, no sentí miedo pues supe inmediatamente que me había matado, perdí la noción del tiempo y no se nada más, no se quien me trajo aquí, pero los primeros días fueron difíciles ya que no conocía la forma del lugar y me tropezaba con todo a mi paso. El infierno no es lo que piensan, cuando yo vivía me daban descripciones poéticas de el como que existían enormes llamas y calores insoportables, cuando en realidad en éste lugar no hay sino frío, no existe ni una llama con que calentar un poco el ser.

En una oportunidad hoy la voz de otro infeliz condenado a tanta soledad y miseria me informó que colgando del piso se encontraba una botella de verde de cristal y que en su fondo estaba una llave, que el condenado quien la encontrara salvaría su alma, me dedique entonces a arrastrarme por el piso de las tinieblas con la esperanza de hallarla y ver algún día de nuevo la luz y con suerte el rostro del Dios de quien tanto me habían hablado mis padres, después de mucho buscar supe la ubicación exacta de la botella, pero estaba muy alta para mis ajenos pasos que me seguían sin descanso ni tregua. Escuche entonces una voz de tueno que gritó mi nombre corrí mucho en el infinito desolado y oscuro, encontré unos brazos que me apretaron fuerte, me refugié en ellos, le pedí a su dueño que cuidara de mi mal, rampó entonces sus manos en mi alma y me escondió en su olvido para que no me alcanzará aquella voz que movía el submundo y que según dijo se llamaba recuerdo, esa voz, aquella voz fue más espantosa que la que me llamaba, Quinientas, mil estrellas gritaban en aquella alma callada, su universo pesaba demasiado, era el mismo demonio que me había poseído cuando vivía, me sentí débil como si algo saliera de mi, como si ya no me sintiera ¡Dios busqué sus manos pensando que era un alma en pena como la mía y era el, que tiene por dedos hojillas de oro oxidado!. Sabrá que estuve aquí, verá mi sangre oscura, olerá la nitidez de mi pensamiento ¿Por qué me haz hecho daño? ¿Quieres que me alcance? le pregunté y su voz respondió como un eco desde todas partes ¡quisiera cuidarte!- pero me condenaron a condenarte en este infierno; ¡la botella de verde de cristal se rompió! Nunca más saldrás de este lugar.

Desapareció en la oscuridad y me dejo aquí desangrándome por nuevas heridas, muriendo por segunda vez, exhalando su olor exquisito a azufre. La segunda muerte fue menos intensa que la primera quizás porque ésta ocurre cuando se vive y en ese estado la muerte se idealiza como algo ajeno y distante del propio ser, pero el resto de las muertes ocurren dentro del estado de la inmortalidad cuando ya se ha descifrado el enigma de la atmósfera y de las tristezas.

Adienim Zeráus

















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